martes, octubre 24, 2006

Tan lejos y cerca de ellas

A modo de introducción vale aclarar -como oportunamente se hizo en el post anterior cortesía de "El Cuentero"- que esta nota salió publicada en La Primera, el 15 de mayo, con ciertas frases mutiladas, las cuales están casi igual que el texto original, previo a la edición, no iguales, pero en escencia sí, y eso es lo que vale. Por qué poner una nota del día de la madre a medio camino para el siguiente festejo, siemplemente porque no debe restringirse tanto amor a un sólo día. La gratitud a lo más cercano al amor divino merece más que una vida. A mi madre ante todo, a mis madres putativas...a todas, con el más inmenso respeto.
Los ojos de los visitantes de un cementerio siempre tienen una opacidad particular, como una nostalgia universal, un dolor que los marca en el fondo de las pupilas. Sin embargo hay días en que aquel par de ojos se hunden más en la muda soledad. Ayer fue uno de esos días.
Un océano de gente acudió a El Ángel a visitar la última morada de sus madres, abuelas, tías o hermanas, recordándolas en un día de sentimientos encontrados. Eran olas grises que se movían lentas, melancólicas en su luto eterno. A pesar que la venta de tarjetas e incluso globos, pretendían engañar al ojo despistado, como si se tratara de una festividad, bastaba una rápida mirada para reconocer que aquellos pechos comprimidos, escondían un amargo gólgota.
La marea era alta, pero andaba como ida. Era de aquellas que temen los hombres de mar, porque presagian un mal inmenso; y siendo medio día, era nocturna, de una media noche que se detuvo por siempre. Las personas no auguraban uno, sino que lo venían arrastrando a cuestas desde la sima del alma, y lo seguirán haciendo invariablemente.
Mientras frente a los nichos se reunían incluso madres abrazando el etéreo seno materno, otras se ganaban el diario. Para doña Virginia es un día más.
Ella vende huevos de codorniz en la entrada del Ángel hace más seis años y cada segundo domingo de mayo es una excusa para poder vender algo extra. “Yo trabajo de seis de la mañana a siete de la noche. ¿Mi regalo por el Día de la Madre? Regresar molida a mi casa y que mis hijos me abracen”, dijo y siguió pregonando a cuatro vientos, esperando lograr de sol en sol, algo que levar a sus vástagos.
La otra cara
En un estrado la música para y se escucha: ¡Feliz día a todas las mamás! Todos aplauden. Globos en forma de corazón se agitan. En el Parque de la Exposición se respira fiesta. Al igual que en El Ángel hay cientos de personas, pero el ambiente es distinto a pesar de que el motivo es el mismo. Los almuerzos son un gran regalo.
Mamá, tú cocinas todos lo días, hoy te llevamos a comer fuera, no te preocupes, parece ser el tácito anuncio. Las madres caminan de las manos con sus hijos, con sus parejas si las tienen o con demás familiares.
Son sonrisas inacabables, la catarsis del amor materno, del amor a la madre. Ven la función de teatro, pasean por los jardines, observan las lagunas y los gansos. Una gansa camina y es seguida por sus cuatro crías. La rodean, la cruzan, se ven en cierta forma felices, como si para ella también fuera la celebración.