sábado, octubre 14, 2006

El ladrón de sueños.

Post escrito a principios de marzo del 2006 en medio de un desbarajuste anímico alucinante y finalizado como un proceso autocuración...


Cuando se necesita una palabra de aliento siempre viene de la persona menos esperada, puede ser alguien con quien jamás tuviste un contacto cercano o un familiar al que solías menospreciar diciendo que su cuadriculada mente no le permitía ver lo que sucedía a su alrededor. Hasta hace un tiempo yo podía ser esa persona, ahora me volví un ser egoísta, patético e indigno de confianza.

Ahora paso por un lapso en qué - citando la frase que Cortazar pone en boca de Horacio Oliveira en Rayuela[1] - mi verdadero rostro lo tengo en la nuca, añorando un tiempo que pasó o dejé pasar sin disfrutarlo como merecía serlo, un tiempo en que mi sonrisa no era la mueca hipócrita que ahora enmarca mi rostro, si no la risa sincera e inocente de un niño que se carcajea al ver las mil y un peripecias que pasa su madre para bañarlo o tenerlo tranquilo.

Pues en estos momentos en que me dedico a poner esto en papel, siento y sé que he defraudado a muchísima gente, gente a la que amé, amo y amaré, gente que esperaba mucho de mí, amigos que tuvieron mi confianza y en mi patético afán de quedar bien simplemente dañé sin pensar en las consecuencias de mis actos. Me estoy dando mucha cuerda, y cuando esta se acabe, el estrangulamiento será precioso, el clímax final de una insignificante existencia que jamás merecerá un fin tan apoteósico como el que me estoy forjando.

¿Dónde quedaron aquellos buenos momentos en qué todo se resumía en tu sonrisa al final del día? Tal vez se perdieron en mi ropero, o en la caja en la que suelo guardar las cosas que en realidad me importan (¿no les parece vacío intentar guardar recuerdos tan bellos e importantes en una miserable caja de zapatos?), sé y asumo la plena culpa de todos mis actos, y hago un acto de contrición…

La desesperanza que sientes me alcanza, estamos tan unidos que siento tus penas como mías y las cargo sin miramientos, mas bien lo hago con placer, porque si puedo aliviar alguno de tus sufrimientos lo acepto con mucho agrado, acepto tus momentos de ira, tus palabras hirientes porque las merezco, soy el principal culpable de que pases por lo que estás pasando, pero no acepto que digas que no me intereso por ti y que digas que no puedes contar conmigo porque estoy aquí para ti, eso ni lo dudes, seré el llamado ladrón de sueños, me declaro culpable, pero no soy alguien que no siente y no se preocupa por ti.

Sí, soy el ladrón de sueños pues temo que se conviertan en pesadillas y hoy que termino este texto cerca de seis meses después de haberlo comenzado y habiendo corrido mucha agua bajo el puente me mantengo insensible en mi posición de soldado con el arma en ristre, esperando el aquél último, colérico y mortal embate de tu ígnea cabellera para decir que estamos a mano, pues ahora has terminado de destruirme, he terminado de destruirme, hice mi temporada en el infierno [2] y ahora estoy de vuelta en el mundo de los vivos, aunque este mundo también sea un infierno.

Ahora ¿en qué género del periodismo entra esto? Supongo que en opinión.

[1] “Rayuela”: Publicada en 1963, es la novela más trascendental de Julio Cortazar

[2] “Una temporada en el Infierno”: Poemario escrito por Jean Arthur Rimbaud en 1873 luego de terminar una tormentosa relación con el también poeta Verlaine. “… ¡Ah! He tenido demasiado: - Pero, querido Satán, se lo suplico, ¡tenga la pupila menos irritada! Y esperando esas vilezas que se retrasan, para usted que ama en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, le arranco algunas hojas ominosas de mi carnet de condenado.”